Me he sentado a escribir y reflexionar muchas veces desde la última entrada en la que desnudé un poco mi alma de madre, pero a veces la alegría, otras la rabia, otras la tristeza, otras la falta de tiempo para continuar con estas líneas, me han hecho procastinar hasta los llamados terribles dos años. Pobres míos, terribles dos años… y se quedan tan frescos con el “palabro”. Dejé el diario de un embarazo plasmando la montaña rusa de sensaciones que es llevarte dentro, también el balance un año después, pero es que esto no deja de crecer y crecer, de enriquecer, de enseñar, porque estoy aprendiendo tanto que a veces me resulta increíble.
Hoy cumples dos años, vida mía, nuestra. Dos años que han corrido como la pólvora pero que a la vez me han llenado de cansancio, que me han sacado mil sonrisas y a la vez muchas lagrimas de impotencia, de no saber si hago las cosas bien, de luchar contra el mundo por educarte como mejor creo. De pensar que soy la peor madre del mundo, de equivocarme, de pedir perdón, de subir con nuestras carcajadas hasta el infinito y pensar que casi rozo las nubes con los dedos, es en ese punto donde me gusta estar, intento teletransportarme cuando noto que me hundo.
Nos seguimos llenando de primeras veces ¡y te encanta!, me encanta, nos encanta, lo seguiremos haciendo y, sino, de terceras, cuartas, quintas… Tu cara al montar en los columpios o aprender a trepar hasta lo alto del tobogán solo para después deslizarte, los juegos con tus amigos del parque, los besos y mimos que te surgen sin más, el saludar con un hola moviendo las dos manos al compás, correr por la hierba con tanta soltura que parece que estás volando sobre ella. Emocionarte al ver, una y mil veces, las gallinas del abuelo, cantar como el gallo a pleno pulmón o bailar al son de chuchuwa, agarrar la correa de Tigre y salir los dos al galope, encaramarte al volante de cualquier artilugio que tenga ruedas, de roer un colín, de probar cualquier cosa que estemos comiendo y siempre pedir más. De pisar la biblioteca para ir buscando a la señora que nos deja los libros, revolver las estanterías con cuidado buscando pequeñas joyas que releer mil veces en casa. De las guerras de pedorretas, hipo, cosquillas, de la hormiguita que sube por el brazo o el pajarito sin cola que te da en la mamola. De tantas cosas…
La lengua de trapo poco a poco se desata. Ahora es más fácil que nos comprendas y te las ingenias como nadie para que sepamos que es lo que quieres, aunque a veces no eres capaz de comprender que algo no se puede, que es peligroso o no es el momento y entonces estalla la tormenta en forma de una mini rabieta que calmamos con todo el cariño del mundo. Imagino que es inicio de esa “terribilidad” que acompaña al número dos en edad. Lo repites todo, en palabras, en gestos, eres un imitador nato.
Que complicados han sido estos dos años… complicados en el día a día muchas veces pero que parece que han volado si miras atrás. A veces me sorprendo ojeando fotos de cuando naciste y ya casi no me acuerdo de lo pequeño que eras, eso me hace pensar ¿qué será de nosotros en otros cuantos años? De ahí siempre salen las fuerzas los días malos, de pensar que pase lo que pase este tiempo nunca volverá y hay que disfrutarlo al máximo. Por eso sigues disfrutando con esta ¿talibana de la teta? que cruza el umbral de lo que parece ser lo mayoritario, por eso seguimos disfrutando de ello, hasta que quieras, hasta que queramos sin que importe lo que hable el mundo, de vez en cuando llegan comentarios del tipo: “si ya tiene dientes ¿no te muerde?” y eso que tengo un impermeable que hace que casi todo me resbale.
Seguimos siendo unos hippies de cuidado porque con dos años aun colechamos, y no, no creo que te quedes a dormir con nosotros hasta los dieciocho años, algo que no me preocupa pero que a mucha otra gente si. Seguimos pasando las malas horas en brazos, con cansancio, con ojeras hasta los pies, cantando nanas, susurrándote al oído, a la teta, porteando en la mochila… hasta que te quedas frito y entonces llega la paz, como mejor sabemos, con amor. La paz de ver como esos párpados finos de pestañas inmensas hacen que tu cara sea aun más dulce, de que esos mofletes abultados y esos morritos pequeños que forman la mejor estampa que pueda observar. Y ya no solo eso, también sentir tu respiración al lado, tu calor, tu mano buscándonos cuando algo en el sueño te sobre salta.
Antes de que nacieras escribí unas líneas con las ideas bastante claras sobre lo que quiero y no quiero ser como madre, dos años después puedo decir con orgullo que he conseguido no ser una de esas madres chillonas, creo que habré levantando la voz un par de veces y después me siento fatal, te pido perdón y te achucho como nunca. Ni yo ni papá te hemos levantado la mano porque seguimos pensando que si a un adulto no se lo haríamos ¿por qué a un niño si? ¿qué ejemplo le estaríamos dando? este tema ha sido fruto de debate en más de una ocasión con familiares porque “vosotros os llevasteis algún cachete y tampoco habéis salido tan mal“. Me sigue dando pavor la normalización del castigo físico en los niños, sigo sin entender que deben aprender cuando las personas que más deben quererlos les pegan. Tampoco te hemos dejado llorar sin más, no te hemos ignorado, claro que has llorado, claro que te enfadas, claro que te enrabietas, pero buscar la calma, el consuelo es el camino, no dejar que te canses y pares porque entonces ¿para qué servirá llorar? ¿para qué servirá exteriorizar los sentimientos si son ignorados? Claro que hay que llorar, como vía de escape, por tristeza, de risa, pero no hasta que te canses, eso no.
Sigues descubriendo el mundo a tu ritmo, con tus pautas, aunque ahora te ha dado por contar hasta diez a todas horas y decir los colores de todas las cosas que ves por la calle. Me asombra como te has transformado en una pequeña esponja que con dos veces que vea algo es capaz de recordarlo, incluso hasta una. Sociable, simpático, sin miedo, pero a la vez a veces un poco tímido de entrada hasta que coges confianza, y creo firmemente que ese carácter es fruto de todo el trabajo de educación que llevamos a cabo, que conseguir que te sientas seguro facilita mucho las cosas. No creo que sea una suerte que seas así de cariñoso y simpático, creo que es una suerte que te estemos disfrutando y queriendo hasta el infinito para que aprendas que así es como se hacen las cosas, que así es como se tiene que ser.
Igual que tampoco creo que sea una suerte que comas de todo, últimamente veo a muchos niños que no prueban ni la verdura ni las frutas, sigo pensando que en parte es fruto de la educación, porque si pensamos que comen bien por tomarse un arroz con tomate, unas croquetas, unas patatas fritas, un filete… es que estamos muy equivocados. Comer bien sigue siendo alimentarse de manera equilibrada y nada mejor que predicar con el ejemplo ofreciéndole de lo que está en nuestro plato ¿o acaso a nosotros nos gustaría estar excluidos del menú y comer algo totalmente diferente de lo que está puesto en la mesa? Seguro que encontraremos cosas que no te gusten, pero eso nos pasa a todos, es normal, lo importante es el conjunto.
¿Y sobre mí? ¿sobre nosotros? Decía al principio que esto es como una montaña rusa, hay días en que parece casi idílico y otros en que pienso que no puedo más y saco las fuerzas-ganas de debajo de las piedras. Pero es que tienes un arma infalible, pequeño mío, cuando parece que estoy abajo del todo me miras con esos ojos casi negros, me das un beso o me dices “mamá” y todo sana. Leía esta misma semana a Lucía Galván, mi pediatra, decir que no tenemos que ser super madres, ni super nada, es algo que me ha dado que pensar, nos exigimos tanto… Que al final tenemos que seguir disfrutando más porque no existe la perfección y buscarla nos lleva a tener malas sensaciones.
Ahora, como balance, puedo decir que estoy muy orgullosa de la persona en que te estás convirtiendo, al menos en la base que voy viendo, que da gusto ir a comer contigo a cualquier parte, porque sueles estar calmado con el buche lleno. Que me sale una sonrisa de oreja a oreja cuando muestras tanto amor y ternura con los bisabuelos, cuando sonríes pícaramente a la gente que se cruza en tu camino y hasta cuando te niegas a dar un beso. Porque los besos se dan, no se piden y que puedas ser quien lo decide es importante. Es importante decidir, es importante elegir, es importante tener libertad y unas pautas. Estoy muy orgullosa de ir aprendiendo que puedo ser mucho mejor de lo que pienso la mayor parte del tiempo y que esto no ha hecho más que comenzar.
Sin más, seguiremos coleccionado recuerdos hasta llenar tantas memorias, aprendiendo, intentándote enseñar, conducir, caminando juntos hasta que quieras. Felices dos años, mi (nuestro) amor, que sigas pisando así de firme y sonriente la vida.