Desde que supe que estaba embarazada he actuado como observadora pasiva de tantos padres, madres o educadores que se cruzaban en mi camino que no podría contarlos. A veces asombrada para bien, otras para mal. He leído mucho, más de lo que jamás imaginé y creo que poco a poco tengo claras las pautas básicas de la educación que quiero para nuestro hijo, basadas siempre en el respeto y el amor, porque los cachetes y los castigos, sinceramente, no creo que lleven a ninguna parte. En el camino de la educación se que se nos presentarán mil problemas, iba guardando paciencia en un saco grande para que nunca se me acabe y lo sigo haciendo en cada respiro. Quiero tener la conciencia tranquila, las manos limpias e intentar que su personalidad sea la de un adulto sano cuando llegue el momento, porque aunque no lo parece todo nos condiciona desde pequeños. Me atrevo a decir que nos condiciona desde que estamos dentro de la barriga de nuestra madre puesto que su estado emocional tiene mucho que ver con cosas venideras.
Mi intención no es criticar la manera de educar de nadie, respeto aunque no comparta las decisiones que otros toman, incluso las decisiones que tomaron conmigo en su día o con familiares y amigos. Tengo bastante claro como quiero o no quiero ser, o como me gustaría al menos, y es lo que voy a contaros. Aunque este punto me da que la mayoría de personas que rodean a los padres, sobre todo si son primerizos, no lo tienen demasiado claro porque si ya os hablé de las frases indeseables que te toca escuchar cuando estás embarazada no os hacéis una idea una vez ha nacido (muchas se que si porque lo habéis vivido en vuestras carnes).
Nuevamente esta es una foto que subí a mi cuenta de Instagram
Lo que no quiero
No quiero ser una de esas madres chillonas que parece que van con un megáfono por la calle y rompen tímpanos haciendo inmunes a los niños con tanto griterío. Su hijo no está sordo, gracias. No porque vocees a un niño, mucho menos a un bebé, cambiará su comportamiento. ¿Te gusta que te griten? Ponte en su lugar. Si la empatía es fundamentan con los adultos también hace lo propio con los niños, no son seres extraños.
No quiero ser una de esas madres que “cruza” la cara de su retoño con rabia porque no saben controlarlo de otra manera. Y se piensan que así se soluciona la cosa cuando el niño se termina acostumbrando (mal) a que las cosas se remedian con un tortazo y como ya espera esa reacción parece que se vuelve inmune (tristemente). Siguen existiendo muchas conversaciones en las que cuando alguien se refiera a un adulto se apena porque como ya es “mayor” no se le puede pegar un cachete como a un niño y me da mucha pena, sobre todo cuando se habla de abuelitos. Pena que pensemos que porque son más pequeños pegarles está bien cuando con un adulto jamás lo haríamos.
A raíz de eso me he encontrado con más situaciones similares, un padre esperando en la charcutería con su hijo de unos 5-6 años y al que fríe a collejas porque el chiquillo no le quiere dar el papel con el número. En serio, me dieron unas ganas terribles de saltarle los dientes a ese tiparraco, toda la gente que estaba alrededor, me da que sin excepción, alucinaba ante la humillación del pequeño. ¿Lo más triste? el padre cada vez le increpaba por más cosas, que si ponte aquí, que si tal, que si cual, que te doy, y el niño respondía que le daba igual si le daba una, que dos o que tres. Vamos, que sería el pan de cada día. ¿Qué clase de persona paga sus frustraciones con un niño de esa manera? No creo que pueda ser sano.
No quiero ser una de esas madres paranóicas que no dejan disfrutar y experimentar a su hijo, les da pánico que se manche con la tierra, con el verde de la hierba o que le chupe la cara su perro. Quiero un niño feliz que descubra el mundo a su ritmo, que disfrute guarreándose como hice yo en su día, pisando la hierba con los pies descalzos.
No quiero ser una madre cuadriculada, porque serán las necesidades del pequeño las que me vayan pautando el camino para ir aprendiendo tantas y tantas cosas que seguro no imagino. Estoy segura de que todos aprenderemos mucho, quizá más nosotros que él, como ya estamos haciendo.
No quiero ser una madre que, al fin y al cabo, trata sin respeto a su hijo porque actúa con él como jamás lo haría con ningún adulto (aquí casi vuelvo a la queja del “pegar” pero es que hay más aspectos).
No quiero ser una de esas madres que “sueltan” a sus niños en el super y nada más cuando ya están tirados por el suelo haciendo la croqueta les increpan el mal comportamiento. Señora, su hijo lleva media hora llamando su atención y ha tenido que llegar a tal punto… me da que el cachete en el culo o el tirón de brazo para que se levante tendrían que dárselo a usted.
No quiero ser una de esas madres que deja llorar a su hijo desconsoladamente para que aprenda. ¿A qué me pregunto? ¿A qué no debe llorar siendo esa su única manera de explicarnos que algo le sucede? Si mi hijo llora lo cojo en brazos, lo mimo, intento averiguar que le pasa, pero me niego a hacer oídos sordos y dejar “que se calme solo”. Este punto hay muchas personas que no lo comprenden y recibes increpaciones constantes. Perdona, sus padres somos nosotros y lo haremos como nos parezca.
Lo que quiero
Quiero cargarme de paciencia, de mimo, de cariño, rebosar amor hasta en los momentos en que no entienda nada y tenga a medio mundo en contra. No son pocos los días en que pararías el mundo para bajarte, los ratos de desesperación porque hay algo que no entiendes o no sabes que hacer, pero ensayando paciencia y con todo el amor del mundo se sale adelante. Si el cachorro tiene que aprender como es el mundo nosotros debemos hacer lo mismo con sus necesidades, nadie nace sabiendo.
Quiero tener la suficiente seguridad para seguir con las pautas que se han ido e irán formando en mi cabeza, para llevar a cabo la manera en que creo que es mejor educar a nuestro hijo. Nuestro, en plural porque la pareja somos dos y las decisiones se toman entre ambos. Es vital ponerse de acuerdo en temas de crianza y educación, ¿de qué serviría enseñar dos cosas opuestas? todos nos volveríamos locos.
Quiero llorar de risa, comérmelo a besos y enseñarle todas las cosas bonitas que tiene este mundo que cada vez está más destruido. Porque lo malo, tristemente, ya lo irá descubriendo por si mismo. Que cuando pasen los años y mire atrás pueda reprendernos lo mínimo posible.
Quiero que en nuestro entorno se sienta seguro, ya sea caminando o en brazos de papá y mamá. Porque los brazos no son el enemigo como tanta gente cree, los brazos consuelan, miman, dan seguridad, mecen, duermen… los brazos les gustan porque se sienten protegidos. Aquí me pondría en modo enanito gruñón por el montón de avisos que recibes al llevar a tu hijo en brazos (o portearlo) o por cogerlo en lugar de dejarlo llorar a él solo.
Quiero muchas risas, sonrisas, carcajadas, guerras de cosquillas, pedorretas en el ombligo. Por muy desesperada que estés en algún momento será recibir una sonrisa, un gritillo, y que todo pase. Su cara con una sonrisa, sus carcajadas, sus parloteos, se convertirán en una de las mejores cosas del mundo, doy fe. Y todo eso no tiene precio.
Quiero tener recuerdos infinitos de esos que te hacen suspirar cuando pasan los años. Las personas crecen, es normal mirar con nostalgia los días pasados, pero a la vez con una sonrisa estando tranquilos con nuestra propia conciencia. Así que por eso pienso disfrutarlo al máximo. Pensamos disfrutarlo.
Posiblemente me he dejado un montón de cosas en el tintero, estos dos primeros meses como padres y todo el tiempo que he estado dándole vueltas al tema de la educación podrían dar para más, pero pondré el punto en la entrada de hoy, aunque me encantaría que me contarais.
¿Qué tipo de padre/madre te gustaría ser? ¿Qué comportamientos has visto en el “exterior” que te ponen el estómago de patas?